- ¿No te sorprendes nunca?
- Sí.
Tú, tú me has sorprendido.
La esencia de lo
que somos perdura más allá de lo efímero, más allá de la fama, más allá de la
imagen o máscara que presentamos a la sociedad. ¡Y puede ser rescatada!
El jinete
eléctrico es un canto a la libertad y a la dignidad del ser humano, a la
dignidad de todo ser vivo.
Robert Redford
encarna el personaje de un cowboy que durante muchos años fue ganador en
diferentes torneos, y cuyo cuerpo es una exposición de caídas y roturas
sufridas a lo largo de su carrera profesional. Pero la juventud se va, y el
cuerpo deja de responder a tan agitada vida. “Podemos aguantar mucho más de lo
que creemos”, dirá el personaje, pero vivimos en un mundo de límites, y el
cuerpo tiene los suyos. Este personaje llega a su madurez y se dedica ahora a
los anuncios publicitarios, enfundado en un brillante traje de luces deambula
de estado en estado, exhibiéndose ante las cámaras mientras presenta cereales
para el desayuno, eso sí adormecido por los vapores del whisky, del tequila,
del sexo y de los focos de los escenarios. Sin mucho sentido, pero con muy buen
carácter.
Sin embargo,
siempre llega la oportunidad para cada uno, un puente que se tiende para pasar
a otra forma de vivir, a otra comprensión de la realidad, para permitir desde
la conciencia que aflore lo que realmente somos.
Para el
personaje protagonista, es simbólicamente el día que firma definitivamente los
papeles de su divorcio y que descubre en los ensayos que el caballo que va a montar
para el espectáculo está siendo drogado. Es ese momento en que el corazón
despierta, la compasión ha llamado a su puerta. Hay que liberar a la víctima,
hay que despertar la conciencia dormida, hay que volver a los orígenes.
Este personaje
emprende un viaje iniciático durante el cual irá sanando las heridas físicas de
su amigo “Estrella naciente”, le irá preparando para volver a ser libre, para
volver a las montañas junto a los suyos. Durante el viaje, Sonny Steele, nuestro
cowboy de rodeo, también va depurándose, reconectando con lo que él es, algo
más que un decrépito y dolorido cuerpo de luces promocionando un desayuno, algo
más que un robot que genera dinero para la empresa promotora del producto.
Lo que cuenta
ahora es ir recobrando poco a poco la fuerza, la salud (su amigo el caballo, la
física; él, la psicoemocional), ir recuperando el contacto consigo mismo, con
el sentido de su existencia, con su propia valía. El paisaje, los grandes
espacios, las montañas serán el telón de fondo, con las magníficas luces de sus
cielos. Y a lo largo del camino, como siempre, los amigos, aquellos que también
están centrados en su corazón, aquellos que no se mueven tan sólo por el poder
del dinero, y aquellos que también tienen que conectar con su esencia, con sus
raíces -el personaje de Jane Fonda, una periodista televisiva, aquellos para
los que este camino por montañas y valles, esta aventura, también se convierte
en un despertar.
No esperéis, sin
embargo, a raíz de esta transformación, una historia de amor convencional tipo
“y fueron felices y comieron perdices”. Cada cual ha de seguir su camino, cada
cual ha de seguir su vocación. Hay espíritus solitarios y rebeldes que no están
hechos para vivir en los convencionalismos construidos por la sociedad, y su
motivación no es la ambición humana.
Estrella naciente encuentra de nuevo a
su familia equina, encuentra parajes donde poder pastar y vivir tranquilamente
lejos de las intenciones codiciosas y tortuosas de algunos seres humanos.
Y ese muñeco
adormecido y sin rostro que aparece en el escenario, el jinete, ha roto las
cadenas de su silla de montar electrificada.
Anchos
horizontes, infinitas posibilidades, la luz del amanecer anuncia una jornada de
fuerza donde se manifiesta lo más auténtico de cada uno de nosotros.
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