domingo, 24 de noviembre de 2013

El jinete eléctrico (Sydney Pollack, 1979)


- ¿No te sorprendes nunca?
-  Sí. Tú, tú me has sorprendido.

La esencia de lo que somos perdura más allá de lo efímero, más allá de la fama, más allá de la imagen o máscara que presentamos a la sociedad. ¡Y puede ser rescatada!

El jinete eléctrico es un canto a la libertad y a la dignidad del ser humano, a la dignidad de todo ser vivo.

Robert Redford encarna el personaje de un cowboy que durante muchos años fue ganador en diferentes torneos, y cuyo cuerpo es una exposición de caídas y roturas sufridas a lo largo de su carrera profesional. Pero la juventud se va, y el cuerpo deja de responder a tan agitada vida. “Podemos aguantar mucho más de lo que creemos”, dirá el personaje, pero vivimos en un mundo de límites, y el cuerpo tiene los suyos. Este personaje llega a su madurez y se dedica ahora a los anuncios publicitarios, enfundado en un brillante traje de luces deambula de estado en estado, exhibiéndose ante las cámaras mientras presenta cereales para el desayuno, eso sí adormecido por los vapores del whisky, del tequila, del sexo y de los focos de los escenarios. Sin mucho sentido, pero con muy buen carácter.
Sin embargo, siempre llega la oportunidad para cada uno, un puente que se tiende para pasar a otra forma de vivir, a otra comprensión de la realidad, para permitir desde la conciencia que aflore lo que realmente somos.
Para el personaje protagonista, es simbólicamente el día que firma definitivamente los papeles de su divorcio y que descubre en los ensayos que el caballo que va a montar para el espectáculo está siendo drogado. Es ese momento en que el corazón despierta, la compasión ha llamado a su puerta. Hay que liberar a la víctima, hay que despertar la conciencia dormida, hay que volver a los orígenes.

Este personaje emprende un viaje iniciático durante el cual irá sanando las heridas físicas de su amigo “Estrella naciente”, le irá preparando para volver a ser libre, para volver a las montañas junto a los suyos. Durante el viaje, Sonny Steele, nuestro cowboy de rodeo, también va depurándose, reconectando con lo que él es, algo más que un decrépito y dolorido cuerpo de luces promocionando un desayuno, algo más que un robot que genera dinero para la empresa promotora del producto.

Lo que cuenta ahora es ir recobrando poco a poco la fuerza, la salud (su amigo el caballo, la física; él, la psicoemocional), ir recuperando el contacto consigo mismo, con el sentido de su existencia, con su propia valía. El paisaje, los grandes espacios, las montañas serán el telón de fondo, con las magníficas luces de sus cielos. Y a lo largo del camino, como siempre, los amigos, aquellos que también están centrados en su corazón, aquellos que no se mueven tan sólo por el poder del dinero, y aquellos que también tienen que conectar con su esencia, con sus raíces -el personaje de Jane Fonda, una periodista televisiva, aquellos para los que este camino por montañas y valles, esta aventura, también se convierte en un despertar.

No esperéis, sin embargo, a raíz de esta transformación, una historia de amor convencional tipo “y fueron felices y comieron perdices”. Cada cual ha de seguir su camino, cada cual ha de seguir su vocación. Hay espíritus solitarios y rebeldes que no están hechos para vivir en los convencionalismos construidos por la sociedad, y su motivación no es la ambición humana.



Estrella naciente encuentra de nuevo a su familia equina, encuentra parajes donde poder pastar y vivir tranquilamente lejos de las intenciones codiciosas y tortuosas de algunos seres humanos.
Y ese muñeco adormecido y sin rostro que aparece en el escenario, el jinete, ha roto las cadenas de su silla de montar electrificada.


Anchos horizontes, infinitas posibilidades, la luz del amanecer anuncia una jornada de fuerza donde se manifiesta lo más auténtico de cada uno de nosotros.

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